La historia de vida de Yalile y las razones de su desplazamiento parecen a grandes rasgos el material perfecto para hacer una novela del conflicto armado en Colombia, que es tan absurdo e inquietante como increíble.
Ella junto a un grupo de mujeres se internaron en la selva del Pacífico colombiano, armadas de palos y piedras, en la búsqueda de siete niños y niñas reclutadas por los actores armados. Con barro hasta la cabeza, llegaron ante el comandante a pedirle que les devolviera a sus menores, y así lo hicieron los alzados en armas. Pero este liderazgo habría de costarle a Yalile la separación de su familia, los tuvo que dejar en el corregimiento de San José, municipio de El Charco, Nariño y emprender un nuevo camino para mantenerse a salvo.
Yalile Quiñones, de 41 años, desde aquel episodio recorre las calles de Bogotá en la búsqueda de garantizar los derechos de su comunidad, labor que cumple como representante en la Mesa Autónoma de Mujeres del Distrito.
Cuando habla de su tierra, recuerda su familia, sus diez hermanos criados con amor, como ella dice, por un papá y una mamá que estuvieron juntos hasta el final, en un hogar estable y de buen ejemplo. También habla de un paraíso, rico en productos agrícolas, con creencias marcadas en la medicina tradicional y en el milagro de las plantas.
Al terminar su primaria, Yalile fue enviada por su mamá a estudiar en la Escuela Normal de Guapi para hacerse profesora, allí estudió su bachillerato y se ganó una beca para estudiar licenciatura en Comercio y Contaduría en la Universidad Mariana en Pasto. Al finalizar su carrera, regresó a su pueblo para ser docente y estar cerca a su familia.
A su regreso, cinco años después, ya San José no era como ella lo recordaba. Los actores armados de diversos grupos recorrían las calles y el río ejerciendo el control y la justicia en el pueblo; los cultivos ilícitos son comunes, y muchos jóvenes y conocidos se vinculan a estos grupos armados.
Comenzaron a ver que menores estaban siendo reclutados. "Los niños iban en su potrillo a la escuela, y en el camino aparecían el potrillo y el canalete pero sin los niños. Entonces uno se preguntaba: ¿Fue que cayeron al agua o sería que no vinieron a la escuela? ¿Qué pasó? ¿Será que se los llevó la Tunda, será que tenían virtud? Pero nosotros sabíamos que algo estaba pasando”, cuenta Yalile.
Días después unos campesinos que venían de la selva, le dijeron a la comunidad que habían escuchado niños llorando en la selva. El corazón de Yalile se conmovió con la noticia y tomó el liderazgo para organizar a la comunidad e ir a rescatarlos. “Entonces organicé un grupo como de ochocientas mujeres y sus familias, la organización se llama Asociación de Mujeres Afrodescendientes por la Vida del Río Tapaje, y con esas mujeres selva adentro, unas con palo otras con piedra, nos fuimos a buscar a los niños y llegamos al campamento de uno de los actores. Cuando llegamos donde el comandante, al vernos, no le quedó más que entregárnoslos. Así fue como nosotras las mujeres tapaleñas sin un solo disparo y sin misión internacional recuperamos a nuestros niños”, asegura Yalile orgullosa de su hazaña.
Sin embargo, nunca pensó que el salvar a esos niños y niñas le traería el señalamiento y la intimidación por su liderazgo, lo que al final terminaría en un desplazamiento de miles de personas hacia la cabecera municipal de El Charco, en medio de enfrentamientos entre el ejército y los actores armados, las fumigaciones de cultivos ilícitos con sus consecuencias en las siembras de los campesinos, los hostigamientos y el confinamiento.
“Allí nos desplazamos nosotros, y yo estuve un tiempo en la cabecera municipal, pero no me pude quedar, tuve que salir porque había persecución a líderes y lideresas en el territorio. Y por las denuncias que yo había presentado, estaba en el ojo del huracán. Salí de allí con toda mi familia, algunos ya han podido retornar, pero la mayoría está viviendo en Cali y Buenaventura, Popayán y Pasto. Esto fue en el 2007”, dice Yalile.
Entre el 2007 y el 2009, la vida de Yalile fue un peregrinaje entre diferentes municipios y departamentos. Al salir de su natal San José llega con su familia a El Charco, Nariño. De allí se desplaza a Buenaventura y luego de un tiempo llega a Cali, donde nuevamente es amenazada, así que se ve obligada a irse a Bogotá con dos sobrinos menores para evitar su reclutamiento.
Desde su llegada a la Capital su vida no ha sido simple, ella asegura que el conflicto le quitó todo, el paraíso en el que vivía tranquilamente, tenía su casa, sus huertas, su familia y amigos. Al llegar se acercó a algunos de los amigos y conocidos de organizaciones de víctimas para buscar ayuda; comenzó a trabajar en restaurantes y estudió cocina en el Sena para generar ingresos y buscar su estabilización económica.
Sin embargo, su interés siempre estuvo en el liderazgo y la docencia, por eso dejó la cocina y comenzó a buscar espacios de participación, comenzó por las mesas locales, siguió en la Mesa Distrital y la Mesa Autónoma de Participación de Víctimas Afrocolombianas, Negras, Raizales y Palenqueras. Hoy hace parte de la Mesa Distrital de Mujeres desde donde busca visibilizar la realidad de las víctimas en la Capital.
Yalile concibe la representación y la participación como la herramienta con la que puede luchar para buscar mejores condiciones para las víctimas, le preocupan diversos temas como las falsas víctimas, la falta de atención diferencial y la necesidad de revisar la forma cómo están siendo atendidas las víctimas por parte de la institucionalidad.
También busca que su comunidad sea dignificada y vista con orgullo. Cree fielmente que la lucha histórica de su pueblo debe ser vista y conocida por todos. "Mi visión de pueblo en el marco de la organización Pueblo de Tez Brillante es porque nosotros tenemos que volver a nuestras raíces. A nosotros nos han ennegrecido con ese apodo de negros (...) Somos un pueblo de elevada estatura, de tez brillante, temible desde su principio, un pueblo temible y conquistador, Dios nos da ese nombre en la Biblia. Y yo pienso que no es lo mismo decirle a un niño ‘Venga negrito’, a decirle ‘Venga niño de tez brillante’. Yo creo que eso cambia, nos vemos distintos", asegura Yalile con orgullo y luz en su mirada.
La paz es para ella un derecho, pero también un estado del corazón, es algo que debe tener cada ser humano. "La paz es tan cotidiana que debemos practicarla en todo lo que hacemos, decimos. Cuando me preocupo por el problema del otro, yo soy una pacifista, cuando le cedo el puesto en el bus a alguien que está cargado, soy un agente de paz, eso es la Paz", precisó.
Sin embargo, cree que aunque el acuerdo con las FARC es motivo de celebración para Colombia y es la muestra de la real posibilidad de hablar entre nosotros, no es suficiente; para ella es solamente el comienzo para trabajar. Además recuerda que es necesario poner la mirada en las víctimas, quienes están quedando de lado en la implementación del Acuerdo.
"Si yo, por ese acuerdo que hay entre las FARC y Santos, digo que hay paz, también tengo que asumir que no hay más desplazamiento. En un país donde hay paz, no hay desplazamiento; en un país donde hay paz, a las víctimas se les repara; en un país donde hay paz, no hay confinamientos ni acciones terroristas. Una cosa es que valoremos los acuerdos, pero esto es solo un principio para construir la paz. Me preocupa que en el marco de este acuerdo la atención se está centrando en la desmovilización y nosotras las víctimas estamos quedando al final de la fila", puntualiza.
Al mencionar sus sueños y su futuro, Yalile habla de la necesidad de hacer que su comunidad sea respetada y visible, quiere que los niños y jóvenes sean felices y orgullosos de su raza. Quiere viajar, conocer otros lugares, compartir con otros líderes y poder vivir tranquila en Bogotá, donde decidió quedarse y establecerse, pero teniendo la posibilidad de volver al seno de su familia y pasar tiempo con ellos sin temer por su seguridad.